José Aguirre tenía 56 años y, por su condición de hipertenso, estaba dentro del grupo de riesgo. Por temor a que le descontaran dinero del sueldo, no pidió licencia, contrajo el virus y falleció.
El domingo 21 junio, mientras la mayoría de los argentinos celebraba “El día del Padre”, Franco Aguirre (25) recibió la peor noticia. Después de catorce días internado en el Sanatorio Anchorena, su papá había fallecido de coronavirus. José Aguirre murió en soledad: sin visitas, abrazos ni velatorio.
Padre de cuatro (Paola de 31, Joana de 28, Franco de 25 y Ezequiel de 21), Aguirre era un hombre de pocas palabras, reservado pero siempre atento a las necesidades de sus hijos. A un mes de su partida, Franco siente que la muerte de su papá es “injusta y confusa”. Por las noches cuando se va a dormir, casi de manera recurrente, el joven de 25 años se hace la misma pregunta: ¿Cómo puede ser que la persona que tanto me cuidó haya terminado así? “Mi viejo no merecía morir solo. No merecía que su última conversación conmigo y con mis hermanos fuera un mensaje texto. Mi papá merecía más. Se esforzó tanto para tener más…”, apunta el hijo de Aguirre a la prensa.
El 11 de marzo, cuando la OMS declaró al COVID-19 como pandemia, Aguirre debió haberse tomado una licencia en el trabajo. El hombre de 56 años tenía problemas de sobrepeso y presión alta, lo cual lo convertía en “grupo de riesgo”, en función de lo establecido por el Ministerio de Salud de la Nación. De acuerdo con el Decreto N° 147/2020 y su posterior Resolución 622/2020, publicada en el Boletín Oficial el día 17 de marzo de 2020, con el objetivo de “prevenir y reducir el contagio en la población del virus, los trabajadores incluidos en los grupos de riesgo podrán solicitar un permiso de ausencia extraordinario”.
Según indica la resolución, “las medidas estipuladas no implican en ningún caso un menoscabo salarial sobre los conceptos normales y habituales percibidos por el personal, y las mismas se adoptaron priorizando la salud de los trabajadores”. Sin embargo, José Aguirre jamás pidió su licencia en el Hospital Rivadavia. “¿Qué querés que haga? Soy sostén de familia. No puedo dejar de trabajar”, habría dicho a sus compañeros.
En relación a esto, una trabajadora del Rivadavia, que prefiere no dar su nombre, advierte que tramitar las licencias en el Hospital no era tan simple. “Por un lado, había cierta presión de los jefes para que continuáramos prestando servicios. ‘Hay que poner el cuerpo’, nos decían. Por el otro, te solicitaban una gran cantidad de estudios para constatar tus patologías”, cuenta la mujer.
De Tucumán, José Aguirre creció en una familia humilde. Cuando terminó el secundario, se instaló en Buenos Aires con la idea de construir un futuro diferente del que vislumbraba en su provincia natal. Decidió estudiar la licenciatura en Enfermería y, en junio de 1992, consiguió un puesto en el Hospital Rivadavia donde ingresó como auxiliar de enfermero en el área de nutrición y diabetes y donde desempeñó tareas hasta su fallecimiento.
Unos días antes de saber que era COVID-19 positivo, Aguirre comenzó a levantar temperatura, perdió el olfato y el gusto. Por tal motivo, explica su hijo, el hombre que vivía en La Tablada (Provincia de Buenos Aires) junto a su hija Joana de 28 años y sus nietos, decidió hacer una consulta al Sanatorio Anchorena. De acuerdo con el testimonio de uno de sus colegas, Juan Ángel Fuscaldo, durante los primeros días de su internación, y a pesar de la fiebre, el enfermero estaba bien de ánimo. “Chateábamos todos los días, nos mandábamos mensajes de voz y él me decía que se sentía bien”, recuerda Fuscaldo.
En las conversaciones que mantenían, Aguirre manifestaba que el Hospital Rivadavia no le daba los insumos de protección personal adecuados para trabajar. “Tenía los camisolines mal cosidos, por eso nos contagiamos”, le escribió por WhatsApp a Fuscaldo.
Cuatro días después de la muerte de Aguirre el director de la institución médica, el doctor Eduardo Fernández Rostello (64) aseguró que el Hospital ubicado en el barrio de Recoleta tenía stock para abastecer a sus 1500 trabajadores con los equipos de protección personal (EPP) adecuados. Al ser consultados de nuevo, volvieron a decir lo mismo. “Nunca hubo faltante de insumos”, sostuvieron. Además explicaron que, tras el resultado positivo de Aguirre, aislaron a cuatro de sus compañeros y los hisoparon. Ninguno estaba contagiado.
Después de catorce días en el Anchorena, José Aguirre falleció de coronavirus. Su muerte fue la número 14 entre trabajadores de la salud que, desde el 20 de marzo, se exponen al frente de batalla durante la pandemia.
Para la familia de Aguirre su muerte fue inesperada. “Nos mandábamos mensajes todos los días y, de un día para el otro, entró en terapia intensiva”, cuenta Franco. La última conversación con su papá, dice, fue el 14 junio y fue una charla más. “Me contó que había comido carne y lo escuché animado”, agrega. Unos días después, Aguirre empezó con tos y levantó temperatura. A partir de ese momento, recuerda su hijo, la comunicación entre ellos dejó de existir. “La que se ponía en contacto conmigo era una enfermera, que me enviaba un parte diario de la salud de papá”.
De la mano del abogado Matías Morla, Franco Aguirre presentó una denuncia penal por homicidio agravado contra el Hospital Rivadavia. El letrado declaró a los medios los motivos. “Sabiendo que José Aguirre no podía estar expuesto al contacto de pacientes con COVID-19, por las condiciones que presenta su legajo médico, no tuvieron el menor reparo en hacerlo asistir a pacientes contagiados de coronavirus sin los elementos de protección personal adecuados”, explica Morla.
Según la denuncia, Aguirre “tuvo varias discusiones en el Hospital porque les negaban las mascarillas N95 y camisolines aptos para este tipo de exposiciones y, con el fin de protegerse, tuvo que comprárselos el mismo abonándolos con dinero propio”.
En otro fragmento advierte que “el Hospital y el Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires -encargado de ejercer un control- tienen un deber de cuidado con sus trabajadores ya que debido al conocimiento que poseen sobre la materia por ser expertos en el tema, no pueden exponerlos a un evidente contagio del virus que, en el caso de mi padre, por sus características, traería consecuencias fatales. Esta circunstancia se agrava cuando además de exponerlo a ese riesgo, no le brindas la protección adecuada para intentar EVITAR o DISMINUIR un posible contagio. Es evidente la responsabilidad que poseen los responsables de estas instituciones ante este resultado”.
Tras el fallecimiento de Aguirre los trabajadores del Rivadavia anunciaron un “quite de tareas” y un sistema de rotación de turnos para garantizar el descanso de los enfermeros. El pasado martes 21 de julio, a un mes de la muerte del enfermero, hicieron un acto para homenajearlo y leyeron una carta que escribió su hijo Franco.
“Mi papá fue un hombre común, un hombre honesto. Hoy ya no puedo decirle cuánto lo quiero, ni cuánto lo admiro. Él me educó para que nunca me falte nada, me enseñó que, por más difícil que sea un momento, se puede salir adelante (…) Siempre voy a recordar que tuve un padre que se dedicó a ayudar a los enfermos hasta el final y que me enseñó en carne propia la más dolorosa lección: ‘La vida no siempre es justa y a veces se termina de un momento a otro’. Nunca se sabe cuándo puede ser el último ‘Te quiero’”, escribió el joven de 25 años.Pandemia