Dentro de su habitación y respetando los protocolos, los 475 niños y niñas que cumplen aislamiento en los hoteles de la Ciudad disfrutaron de juegos, golosinas saludables y videos que el gobierno porteño preparó especialmente para agasajarlos en su día.
Alguien golpea la puerta de la habitación 70 del hotel Destino Real, en el barrio de Balvanera. De acuerdo a los nuevos hábitos adquiridos, Iara, de 9 años, Demián, de 8, y Yamal, de 3, esperan 15 minutos que parecen eternos antes de abrir la puerta. Están haciendo un poco de trampa, ya se enteraron de que los espera una sorpresa. Es difícil ocultarles algo. Como dice su mamá, Camila, de 25 años, “son tremendos”.
Los tres hermanos comparten la habitación con su mamá y el papá de Yamal, Nahuel, desde el lunes, cuando se enteraron que tenían Covid. Al igual que otros 475 chicos, están transitando la enfermedad en los hoteles para pacientes leves o asintomáticos de la Ciudad este Día de la niñez. Dentro de sus habitaciones y siguiendo los protocolos de aislamiento, disfrutaron de los juguetes, juegos, libros para colorear, golosinas saludables y videos que el gobierno porteño preparó especialmente para agasajarlos en su día.
La iniciativa de la Ciudad surgió de los mismos voluntarios que desde el mes de marzo están trabajando de manera incesante en los hoteles junto a las familias contagiadas de Covid. Juana Correas, del equipo de Arbolado de la Ciudad cuenta que pensaron que podían hacer algo más por los chicos. La idea enseguida tuvo eco. Así, el enorme grupo, en el que participan más de 1000 voluntarios, distribuyó en los 50 hoteles los kits con juguetes, pelotas, marcadores, lápices, papeles y libros para colorear. A las actividades lúdicas se sumó la inclusión de una merienda especial.
Aaron, con sólo 11 años, tiene las cosas más claras que muchos adultos. Cuando su mamá y su tía le dijeron que tenía Covid y debía ir a un hotel, no tuvo miedo. “Sabía que era para aislarme y no contagiar a otros”, explica. Su tía Josmary, con quién comparte la habitación en el Cyan Hotel de las Américas, cuenta riéndose: “Lo único que dijo fue ¿y el wifi? ¿hay wifi en el hotel? Porque si hay wi fi todo está bien”.
Aaron es venezolano. Llegó a Argentina con su papá hace unos dos años, después de haber estado meses separado de Dalice, su mamá, que fue la primera en migrar. En diciembre, su papá falleció por culpa de un cáncer. Desde entonces, vive con su tía y su mamá en un hotel familiar en Monserrat.
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Desde el martes, está en uno de los 50 hoteles para pacientes leves. “Aaron entre lo de su papá y el encierro no estaba muy bien. No quería comer. Aquí está muy contento. Está muy pendiente de la comida y come bastante, tiene su computadora, tiene su teléfono. Le cuento a mi hermana y ella me dice: ‘no sé cómo vamos a hacer para sacarlo de ahí”, dice Josmary.
Aaron pasa los días en el hotel jugando al Minecraft, viendo la tele con su tía y está recibiendo apoyo psicológico. “Me gusta estar en el hotel, es de cuatro estrellas. Creo que, inclusive, estaría mejor aquí que allí donde vivimos”, afirma.
Leonardo Gabriel tiene 12 años, vive con sus padres en el barrio 21-24, un mes atrás llevaba una vida como cualquier otro chico en pandemia: clases por zoom con la compu que le dio el colegio y aislamiento obligatorio. Cuenta que un día su hermano mayor comenzó a sentirse mal, más tarde su prima empezó a desmejorar y entonces la familia entera decidió ir a testearse.
Comparte vivienda junto a las familias de sus dos tíos, en total fueron 12 las personas que se testearon y todos dieron positivo. Su mamá junto a sus tías y sus primas fueron alojadas en otro hotel, en tanto él junto a su papá y sus dos tíos fueron alojados en el hotel Deco Recoleta.
Iara y Demian se disputan la palabra. “Hoy comimos tarta”, dice Demián. “Sí, de jamón y queso”, completa Iara. “Ayer comimos ravioles y anteayer milanesas con puré de papas”, informa Demián. “Y, de postre, hoy mandarina y ayer manzana. Nos gusta la comida de acá”, agrega Iara. Detrás de ellos, se ve asomarse intermitentemente la cabeza de Yamal. Dando saltos gigantes quiere sumarse a la escena.
Es domingo, 16 de agosto. Los minutos por fin pasan. Camila abre la puerta. En el banco blanco que usan hay tres bolsas con las ansiadas sorpresas en su interior. Yamal salta alrededor de la habitación. “¡YUJUU!”, grita. Iara aplaude con una sonrisa de oreja a oreja. “A ver…”, dice Demián mientras agarra las bolsas y lee los nombres escritos en ellas. “Este es mío”, sentencia. Los tres hermanos empiezan a mirar los regalos. Como siempre pasa entre hermanos, Demián quiere el robot que le tocó al hermano y empiezan los intercambios y las negociaciones.
Iara ya no va a tener que jugar más con el rompecabezas. Una muñeca que acaba de sacar de la bolsa va a suplir por estos días todas esas otras que la esperan en su casa. Demián observa una pelota amarilla y azul, su hermano pequeño le ganó la pulseada. A Yamal no le alcanzan sus manos de tres años para agarrar sus favoritos: un camión azul, el famoso robot y un libro para colorear de Dragon Ball Z.
En su habitación del Cyan Hotel de las Américas, Aaron tira el contenido de la bolsa en el piso: golosinas, un juego de cartas, fibras, hojas para dibujar y un montón de papeles de colores. Tres paquetes de papeles de colores. Ya está listo para alejarse un poco de la notebook y el celular y ponerse a practicar el arte oriental de doblar papeles para crear figuras o jugar a las cartas con su tía Josmary.
“Gracias por las chuches y los papeles para hacer origami. También me gustaron las cartas. Voy a jugar ahora mismo con mi tía, le estoy enseñando cómo jugar”, cuenta Aaron con su seriedad habitual.